miércoles, 28 de agosto de 2013

Quería que Eren no tuviera que preocuparse por nada, quería hacerle un regalo, el que pensé apreciaría más entre cualquier otro, un día de total descanso. De modo que simplemente yacíamos en aquella cama, muy quietos y muy cerca sin preocupaciones. Al menos eso pensaba hasta que noté que Eren se empezaba a mover y a murmurar cosas sin sentido. Estaba comenzando a sudar y su entrecejo lucía fruncido hacia abajo y otras veces hacia arriba, incluso llegó al punto que lágrimas escapaban de sus ojos. Verle de ese modo despertó un instinto en mí especial. No sabía que Eren luciera tan... hermoso... llorando. Pero no deseaba que permaneciese así, de modo que le mecí un poco.
- Eren... Eren. - Y de ese modo empecé a llamarlo para que despertase, deseando que me creciesen alas de ligero hierro con las cuales proteger a Eren envolviéndole entre ellas.

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